martes, 17 de junio de 2008

La crisis del transporte no se debe sólo al precio del gasóleo

Los transportistas, los pescadores y los agricultores tienen razón cuando se quejan de la subida de los combustibles, porque a nadie le gusta trabajar perdiendo dinero. Pero el problema no tiene fácil solución. El remedio tampoco va a encontrarse con huelgas duras, ya que poco apoyo popular van a conseguir unas movilizaciones que, por sus formas, que no por su fondo, pueden emparentarse, sin mucha dificultad, con las de otros colectivos profesionales.

Aun menos ayuda que este problema no tenga un factor único, por mucho que los huelguistas se empeñen en reducirlo al coste del gasóleo. Nos duele decir que una parte del problema radica en que estamos ante sectores posiblemente sobredimensionados. No tanto en la pesca, o en la agricultura, como en el transporte. Y nos duele, porque nuestras simpatías siempre estarán con los emprendedores que, un día, deciden iniciar su propio negocio.

Pero las cosas también son como son. Las tarifas del transporte están a niveles de muchos años atrás, con independencia del precio del combustible, porque la oferta existente permite a la demanda fijar precios. Todo arranca, además, de un proceso que se inició 25 años atrás, cuando las políticas de infraestructuras primaron la carretera en detrimento de la red ferroviaria, lo que también repercutió en el modelo de transporte. Esas decisiones se cobran ahora su tributo. Porque el problema del transporte por carretera no era sólo que resultara más contaminante que el ferroviario. Es que la dependencia del combustible era una debilidad intrínseca del modelo, como se acaba de comprobar.

Cada vez que se produce una crisis se constata, además, que hay situaciones que no ayudan. Otra debilidad, tal vez no intrínseca pero debilidad a fin de cuentas, es la atomización del sector. Si los grandes distribuidores imponen precios de saldo es porque tienen enfrente a pequeños autónomos, no a grandes empresas de transporte de su mismo nivel.

Finalmente, pero no en último lugar, lo que ocurre estos días es una consecuencia más de las ficiciones en que vive la economía. Es muy fácil decir que los problemas de los transportistas son una mera circunstancia de mercado. Pero es que el mercado, especialmente en el sector petrolero, hace tiempo que ha dejado de existir, sustituido por oligopolios que, por decirlo sin cargar la mano, van a su aire. Y con lo rentable que les sale...

Todo lo anterior pone en cuestión si existe alguna solución a unas circustancias mucho más complejas que las aparentes. Ese mercado ficticio no se alterará en lo más mínimo porque haya algunas colas en las autopistas o se produzca cierto grado de desabastecimiento, aunque sea en las gasolineras. Pero la atomización del sector si que tiene algún posible remedio. Existen experiencias cooperativas de transporte, de larga trayectoria y eficacia probada, que señalan un posible camino. No se trata de una panacea de efectos universales, pero no habría que despreciar sus posibilidades.

¿Es solución el gasóleo profesional? Por mucho que los transportistas cifren sus esperanzas en esta medida, creemos que tal cosa no pasaría de la categoría de paliativo temporal. Una rebaja fiscal para los afectados (mal llamada estos días “subvención) puede que algo arreglara de hoy para mañana. Pero a largo plazo se trata de la típica solución que agrava el problema existente o engendra nuevos problemas. En un contexto de alza descontrolada de los precios petroleros, la rebaja fiscal puede quedar anulada en 24 horas. ¿Qué haríamos entonces?

Es más, hay otros sectores económicos que podrían reclamar, con no menor derecho, un gasóleo profesional. Hay muchas empresas y autónomos que, sin tener dependencia absoluta del combustible, necesitan un alto grado de movilidad para ser viables. ¿Van a ser menos? La justicia tributaria, y la justicia a secas aunque sea a grados, tampoco debería ser olvidada.

La situación de crisis, aunque nos refiramos a ella con eufemismos y acrobacias verbales varias, tampoco ayuda, aunque ahí existen más excusas que realidades. ¿Si el Estado tiene margen para “regalarnos” 400 euros a cada contribuyente, lo tiene para tomar otras medidas que afectan a sectores sensibles de la economía? Bueno, nos dijeron que con los 400 euros se había agotado el margen de maniobra, lo que no ha obstado para hacer posteriores promesas. Al parecer, la caja fuerte del Banco de España revienta un día por los costuras y al otro está exhausta.

Haría bien el gobierno en no olvidar sus promesas y compromisos y en no refugiarse en esa crisis que no reconoce pero que le sirve de pretexto para todo. Pero harían tambien bien los transportistas en no pedir imposibles. Si bien el Estado es dueño y señor de bajar y subir los impuestos, es muy dudoso que pueda imponer una tarifa mínima, como le reclama una de las asociaciones del sector.

Otra cosa es que el Estado pueda aplicar la normativa de defensa de la competencia para aclarar el tupido entramado de intermediarios, que es tan responsable de las cuitas económicas de los pequeños transportistas como el precio del gasóleo.

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