miércoles, 7 de mayo de 2008

La política inventa un nuevo diccionario

Las dos crisis que están actualmente sobre la mesa, la de la sequía en Cataluña y la económica general en todas partes, han propiciado la invención de un nuevo diccionario terminológico. Los trasvases ya no son trasvases. Las crisis, tampoco. Era sabido que los políticos recurrían a todo tipo de subterfugios lingüístico a la hora de dar malas noticias. Pero lo ocurrido en las últimas semanas rebasa el límite de lo razonable.

La solución al abastecimiento de agua del área metropolitana de Barcelona es un trasvase al pie de la letra, de acuerdo con la totalidad de diccionarios conocidos hasta la fecha Sin embargo, el gobierno de la Generalitat ha recurrido a todo tipo de acrobacias dialécticas para evitar la palabra maldita. Seguramente, porque hizo mucha sangre en su día, desde la oposición, sobre los trasvases.

En esta cruzada ha destacado el consejero de Medio Ambiente, Francesc Baltasar, quien llegó a afirmar que si el diccionario no incluía su personal definición sobre el tema, entonces había que cambiar el diccionario. Se trata de un disparate, pero de un disparate plenamente coherente con la actuación de un gobierno que, desbordado por la situación, encargó rezarle a la Virgen hasta a sus miembros ateos o agnósticos.

Sin embargo, dicha obstinación es “pecata minuta” si la comparamos la terquedad manifestada por Zapatero para no pronunciar la palabra “crisis”. El presidente del Gobierno estuvo el otro día en un programa de televisión donde se intentó por tierra, mar y aire que pronunciara el vocablo maldito. Pero no hubo forma. Que si transtorno pasajero, que si desaceleración, que si ya vislumbra en el horizonte la recuperación, que si con el PP era todavía peor... No fue sólo el repertorio clásico que cabe esperar en dicho tipo de intervenciones. Es que Zapatero le puso una imaginación que mejor destino tendría para buscar soluciones a esa situación de crisis que no quiso denominar como tal.

Cualquier persona sabe que a los políticos no les gustan ni las situaciones difíciles ni las medidas impopulares. Y que aplican su labia, cuyo dominio no se les puede negar, para intentar torear unas y otras. El problema radica, como cabe imaginar, en que el mundo se no arregla únicamente con palabras. Porque no hay que olvidar que los problemas más difíciles de resolver son los que no son tomados como tales.

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